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Por Lidia Teruel Ruiz 25 febrero, 2016

Nunca mereció tanto la pena respirar

Nunca mereció tanto la pena respirar, por fin había llegado ese día tan soñado, durante años quizá toda la vida, había imaginado como seria ese día en el que entregaría todo mi ser a otra persona, simplemente por amor, por sentirme plena y completa al estar a su lado, por sentir como cada centímetro de mi piel se erizaba con tan solo el roce de su piel, por ser feliz solo cuando él me regalase una sonrisa, por todos esos pequeños pedacitos de felicidad que me regalo durante todo nuestro noviazgo decidí decir ¡Sí quiero!. Dos palabras que cambian tu vida para siempre, son dos palabras sinceras, dichas desde dentro sin esperar más que un amor inmenso como el que tú mismo guardas en tu pecho. Dos grandes palabras que llevan tras de sí, meses de preparación, ideas y más ideas nuevas, incertidumbres y la ilusión de cumplir pequeños sueños que te parecen más importantes que ver el sol una vez más. Esa mañana te despiertas, tras meses casi sin haber dormido, nerviosa, temblorosa, tu cuerpo parece tener un sentido propio, en tu cabeza tan solo escuchas, por favor que no llueva, que llegue antes que yo a la Iglesia, ¿Cómo ira vestido?, que salga todo bien por favor… así que debido a todo eso, no puedes pararte un momento y disfrutar, sí disfrutar, de ese momento tan esperado, de ese momento con el que has soñado miles de noches, de ese momento que has recreado en tu mente días y días sin llegar a hacerlo realidad, y por fin ha llegado, lo tienes entre tus manos y parece que se te escapa, mientras tu cabeza no deja de pensar, en un pequeño momento de lucidez y tranquilidad te das cuenta que de verdad ha llegado el momento, es el día de tu boda, entonces el tiempo se para, las agujas del reloj se silencian durante un instante para dejar que disfrutes a pequeños sorbos de la felicidad que te entra desde los dedos de tus pies y va recorriendo todo tu cuerpo, en esos momentos te da tiempo mirar a tu alrededor, fijarte en esos pequeños detalles que solo has elegido tu, tan solo para ese día, fijas la mirada en la liga puesta sobre la cama y no puedes evitar entonces dejar escapar una sonrisa picara, giras la mirada y te encuentras con tu madre, acongojada porque su princesa se hizo mayor y ahora le toca construir su propia vida, repasas toda la habitación y apenas eres consciente de que ese momento nunca volverá a llegar y de repente el reloj vuelve a danzar, con el tintineo de sus agujas. Sin apenas darte cuenta, vas camino hacia el altar, tus ojos lo buscan hasta que lo encuentra, entonces ya nada importa, solo deseas caminar más rápido, volar incluso y llegar junto a él, durante todos esos pasos hasta llegar hasta él, tus ojos se niegan a separarse de su mirada, el resto del mundo parece haber desaparecido, cuando por fin llegue a su lado, nuestros dedos se entrelazaron, me sonreía y me gritaba con los ojos que la era la mujer más guapa del mundo entero, él no se que quedaba atrás, pues lucia aún más alto, guapo y elegante, con un porte de príncipe real. Y por fin llego el esperado momento, nos dijimos ¡Si quiero!, nos juramos un amor eterno ante cientos de miradas, prometimos ser nuestro muelle ante la tormenta, cuidarnos y amarnos, y lo más importante juramos luchar cada día para regalar momentos de felicidad al amor de nuestra vida.

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